Encontrando una Comunidad en el Camino: Mi Viaje a Cuba
- Teresa
- 26 mar
- 2 Min. de lectura
Hace un año, en marzo de 2024, hice la mochila y volé a Cuba, un país lleno de vida, ritmo y una energía que se siente en el aire. Comencé mi viaje en Varadero, donde pasé un par de días disfrutando del sol y de sus hermosas playas antes de dirigirme a La Habana, donde me esperaba una aventura completamente diferente.
En La Habana, me uní a un viaje organizado con un grupo de desconocidos. No sabía qué esperar, pero a medida que pasaban los días, me di cuenta de que había encontrado a las personas adecuadas para ese momento. Es algo que siempre he sentido al viajar: a veces no conozco a mucha gente, y otras veces, la vida me pone en el camino justo a quienes necesito. Con nuestro increíble guía al frente, exploramos Viñales y visitamos una plantación de tabaco, luego seguimos hacia Cienfuegos, Trinidad y Santa Clara antes de regresar a La Habana y explorar la capital.
Más allá de los impresionantes paisajes y las calles coloridas, lo que realmente hizo especial este viaje fue el sentido de comunidad que se formó entre nosotros. Durante esos días, fuimos como una pequeña familia: nuestro guía, nuestro conductor y cada uno de los que formábamos el grupo. Compartimos comidas, historias y muchas risas, creando un vínculo que hizo que el viaje fuera aún más significativo.
Y luego estaba la música. Como bailarina de salsa, me sentí completamente en mi elemento en Cuba. Todos los días, la música en vivo llenaba las calles, los restaurantes, los bares… era imposible no dejarse llevar por el ritmo. Una de las chicas del grupo también bailaba salsa, y conectamos de inmediato, saliendo a bailar casi todas las noches. Hay algo mágico en bailar en un lugar donde la música está viva, donde es parte de la cultura y de la vida de las personas.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de lo poderoso que es ese sentimiento de conexión. Viajar no se trata solo de descubrir nuevos lugares; también se trata de las personas que conocemos en el camino y del sentido de pertenencia que podemos encontrar, incluso lejos de casa. Ya sea por una noche, una semana o más tiempo, estos momentos de comunidad nos recuerdan cuánto nos necesitamos unos a otros.
Así que, si hay algo que me llevé de Cuba—además de la música, los atardeceres y los mojitos—es el recordatorio de que nunca estamos realmente solos. Siempre hay un lugar para conectar, para pertenecer y para compartir el camino, porque la vida es más rica cuando se comparte, y eso va mucho más allá del mero hecho de viajar.
Hasta la próxima aventura,
Teresa

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